29 de abril de 2009

Romeria de San Jorge en Faió

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Este fin de semana he estado en Fayón (Faió) provincia de Zaragoza. Es el pueblo de mi padre, allí cada año el fin de semana de Sant Jordi o San Jorge, se celebra una romería. En la ermita se celebra una misa, se bendicen los panes que luego reparten entre los lugareños y visitantes de ese día. Al finalizar la misa el Ayuntamiento ofrece un piscolabis a todos los asistentes y luego cada familia, peña o grupos se van al campo a comer.

Este años nos acompaño el buen tiempo, y fue un día esplendido. Yo intento ir cada año ya que te lo pasas muy bien. A las nueve de la mañana antes de la misa nos fuimos “al mas” a preparar fuego y empezar el día con un buen almuerzo a base de panceta, chorizo, salchichas echas a la brasa, acompañados de un buen vino de la zona. Después en la comida una buena ensaladilla rusa y carne de cordero a la brasa.

Es un día en el que te dejas llevar por la intensas ganas de libertad, de cambiar de aires, de sentirte cerca de la naturaleza, y de disfrutar de eso que tanto nos hace falta como el campo. Acostumbrada a el barullo, la contaminación, las prisas, de la cuidad aquello es como estar en el paraíso. Personalmente, yo disfrute como “una enana”, acompañada de Berta, la pastora alemana de mi hermana que también disfruto como una animal, vaya la redundancia, era para verla. Revolcarnos en los campos de tierra, saltos, corridas detrás de un palo de leña que le iba lanzando yo, eramos como dos seres disfrutando de la libertad.

Para muchas personas que no están acostumbradas o que nos les gusta el campo es algo insólito que otras podamos disfrutar como lo hice yo. Estamos viviendo en una sociedad que no se da cuenta del paso del tiempo, de que nos faltan días como este, carecemos de ese sentido de la tranquilidad, de respirar aire puro, de sentirnos hermanos de la naturaleza. Esto solo lo consigues cuando te vas a un pueblo pequeño, no más de 400 habitantes, en el que las casas solo tienen una planta o máximo dos, en el que las calles están rodeadas de rosales, en el que a dos pasos ya estas en medio del campo, del bosque. Oliendo a romero, como huele en estas fechas en las laderas de la carretera o en el campo.

Ver las amapolas rojas, las flores que empiezan a brotar, el aire que roza tu cara acariciándote y dándote ese tono rosado del primer sol de primavera. Eso es impagable.

La comida de San Jorge es un encuentro con mis hermanos, mi padre y algunos amigos, se come mucho y se bebe también, buen vino y buen Whisky…(que no falte). Se habla mucho, se ríe, se comparten experiencias, y sobre todo hay una comunicación entre las personas. No hay tele, no hay eso de “calla que no oigo lo que dicen”, no hay silencio espectral como en las mesas a la hora de las comidas en las ciudades, en las que lo más importante es estar atento a una caja tonta para escuchar lo que nos dicen, escuchar todas esas noticias que lo único que provocan es ponerte de “mala leche” porque todo son desgracias, violencia, malas noticias. Una inhumana, e incomprensible forma de perder la comunicación con los seres queridos, con las personas que compartes la casa, con la familia. Y ¿porque? ….púes simplemente por la televisión. Me indigna estar en la mesa y no poder hablar, no poder tener una buena conversación, compartir todo eso que deberíamos compartir para estar más unidos, para saber quien somos, que pensamos, que queremos en la vida.

A veces recuerdo en casa de mis tíos abuelos, cuando íbamos en veranos, la tele no se encendía hasta después de comer, la mesa era para “compartir”, para hablar, reír, simplemente eso. Aquellas personas habían crecido con esas normas, y esas normas fueron las que hicieron que hubiera una buena comunicación entre ellos, una relación familiar, que les unía. Cuanto echo de menos eso, cuanto echo de menos poder hablar, hablar, y escuchar, escuchar esas viejas historias que me contaban de niña.

Ahora aprovecho todos eso encuentros campestres, para poder sentir que es una buena conversación, un dialogo entre personas de diferentes edades, cultura, pensamiento. Porque siempre aprendes, siempre recuperas el recuerdo de tiempos pasados, de gentes, de costumbres.

Este años como todos, he sentido la libertad, la naturaleza, la compañía, y el disfrutar de algo que posiblemente para muchos es una pequeñez, para mi ha sido otra buena experiencia para poder recordar.

Y ahora, esperaré al año que viene para volverla a repetir.

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