19 de marzo de 2009

Entre dos continentes -Dedicado a mi padre-


Papá

Este relato verídico fue publicado en un periódico Chileno el día 27 de junio de 2006, el Trabajo. Hoy día del padre se lo dedicó con la misma ilusión que se lo dedique ese día. Felicidades papá. Besos Marian


Entre dos continentes

Está historia podría haber empezado hace bastantes años, quizá décadas o no haber ocurrido nunca. Los protagonistas son personas que en un momento de su vida -como han hecho millones de personas en busca de una vida mejor- se fueron lejos de su tierra, de su familia, de su pueblo. Nuestra historia empieza en Los Martínez del Puerto, el pueblo o pedania donde nació mi abuelo.

En noviembre de 2005 mi padre viajó por segunda vez a Chile. Allí tenía un primo hermano, en Puerto Montt. Después de muchísimos años de separarse sus familias, que cruzaron ese azul y ancho mar hacía una tierra llena de vida y esperanza, se habían encontrado.

En esos tres meses que mi padre, Antonio Rosique Llop, estuvo en Chile, recorrió prácticamente todo el país. Su familia chilena es tierna, amable y se desvive por los demás. Su primo, Claudio Fischer, que ahora ya es muy mayor, pero tiene una vitalidad excelente, quiso que mi padre viajara y conociera la tierra que les había acogido, les había regalado una vida mejor, y que a base de esfuerzos y mucho trabajo se merecían.

Así que uno de esos días mi padre y su primo se fueron de Puerto Varas al Sur de Chile, cerca de Cochrane, a un lago a pescar. Ellos se hospedaron en una residencia militar que se utiliza como hotel, cuyo gerente le comentó a mi padre sobre el señor San Nicolás, que se apellidaba Rosique y se hospedaba en el mismo hotel con su mujer y otro matrimonio. Mi padre se quedó perplejo y al conocerlo se abrazaron efusivamente, entonces empezaron a hablar y se contaron que San Nicolás era de Murcia (España), entonces mi padre le dijo que su padre también era de Murcia, de Los Martínez del Puerto, pero lo gracioso de todo es que habían estado juntos 3 ó 4 días en aquel lugar, comiendo en el mismo comedor, alojados en ese maravilloso paraje, hablando y pescando juntos sin saber de la coincidencia de sus apellidos, y sin saber tampoco si por alguna rama genealógica eran familias. Eso lo descubriremos ahora la hija de San Nicolás, Paola, y yo, que ya nos hemos puesto en marcha para averiguar si es una simple coincidencia o realmente hay algún lazo de sangre entre estas dos personas que viven a miles de kilómetros y se encontraron en un mismo lugar. Mi padre y su primo se tenían que ir ese mismo día a Coyhaique y desde allí a Puerto Montt.

Ellos se dieron los teléfonos, pero al regresar mi padre a España, una de las maletas, precisamente la que llevaba todos los recuerdos de esos tres maravillosos meses en Chile, se perdió. A partir de ese momento no hubiera podido volver a tener contacto con Aurelio San Nicolás, pero por las coincidencias de la vida, un fin de semana que fui a verlo a su pueblo, le comenté que por Internet había conocido a un chico de San Felipe. Mi padre se emocionó y me dijo que ese amigo que había conocido y que se llamaba como él, era de San Felipe, así que me puse en contacto con José Luis, para pedirle ayuda, y al mismo tiempo pensé que en Internet hoy en día se puede encontrar todo lo que buscas, así que miré los diarios y periódicos que había en San Felipe, y encontré dos. Uno de ellos “El Trabajo”, dirigido por Marco Juri, tenía la dirección de correo, así que le envié un correo electrónico para explicarle la historia y ver si se podía de alguna forma localizar a esa persona. El señor Marco Juri, muy atento, me contestó que el día 16 de marzo publicarían mi mensaje en el diario, que esta era la forma más rápida y simple de conseguir que alguien que conociera a esa persona, o ella misma se pusiera en contacto conmigo.

Pues efectivamente al día siguiente recibí un correo de Paola San Nicolás, la hija de este señor, diciéndome que su padre le había explicado la relación con el mío, me enviaron los teléfonos y móviles y mi padre se puso contentísimo de tener la oportunidad de volver a ponerse en contacto con Aurelio.

Gracias, no sé si al destino, a Dios o a todas las personas que han colaborado en esta preciosa historia, hemos conseguido que dos personas que se apellidan igual, que viven a miles de kilómetros de distancia y que sin embargo coinciden casualmente en un mismo punto del tiempo y del espacio en este inmenso planeta, puedan continuar comunicados pese al también casual extravío de una maleta.

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